Ser curioso es una cagada

Cómo pegarte un tiro en el pie queriendo hacer algo bueno

Desde que soy muy chico que me considero una persona curiosa, básicamente porque siempre me sentí atraído a muchas cosas distintas al mismo tiempo y a la vez me sentí atraído a cosas distintas en diferentes etapas de mi vida. La primera de las que tengo registro es el dibujo, lo que hacía que desde muy chico imaginara mundos y creara personajes en mis cuadernos del jardín y de la escuela.

A medida que fui creciendo esta curiosidad se fue moviendo hacia otras cosas un poco más complejas. Por ejemplo, siempre era muy observador de cómo vivían las personas que yo definía desde mi inocencia de niño como “los ricos”.

Este tema me atrajo desde aquella vez que mi mamá me pidió que la acompañara su trabajo, donde era empleada doméstica, y pude ver cómo vivían los chicos de la familia que eran más o menos de mi edad.

Me generaba curiosidad porque en ese entonces lo comparaba con la realidad del barrio en el que yo vivía, que era un barrio muy humilde. Me gustaba mucho hacer ese contraste y me imaginaba como sería mi vida en esas condiciones.

Tengo recuerdos de ese interés desde mis 10 años, lo cuál hoy me resulta muy llamativo porque era muy chico.

Entrando en mi adolescencia desarrollé un interés por las matemáticas y la electrónica que fue la especialización que estudié en la escuela secundaria, más tarde cuando ingresé a la universidad reafirmé mi interés por las ciencias duras, aunque más adelante descubrí que a pesar de que todo eso me gustaba, había cosas que me interesaban mucho más. Digamos que era algo que se me daba pero nunca llamó mucho mi atención como otras cosas.

Cuando estaba en mis 20s me metí en el mundo de la auto-ayuda y el desarrollo personal al punto de que me la pasaba leyendo libros de ese tipo, iba a conferencias, entré en grupos de Facebook, y casi emprendo en una empresa multi-nivel pero finalmente no lo hice (por suerte). Hoy tengo una opinión prácticamente opuesta hacia la auto-ayuda y toda esa industria, pero no puedo negar que me sirvió en un momento de mi vida en el que me sentía muy solo por querer algo distinto.

Mi curiosidad me llevó luego a interesarme por los emprendimientos así que de nuevo leí libros, empecé a seguir a muchos referentes en las redes, a leer blogs en español y en inglés, eso me requirió aprender como autodidacta a leer en inglés, después fuí a conferencias de emprendedores, hice networking, conocí gente de otros “mundos” y empecé a tener ideas distintas como consecuencia de eso.

Más tarde rondando mis 30 me interesé por las charlas TED, a tal punto que las consumía como caramelos y descubrí la importancia de exponerse a ideas distintas, eso me fascinó. Así que me anoté en cursos, conocí más gente, leí más libros y me enamoró el impacto que una idea bien contada puede tener en la vida de las personas.

Esto me fascinó tanto que me empecé a pensar a mi mismo no solo como un consumidor pasivo sino como un comunicador activo en las temáticas que siempre me importaron, desde que era un chico: las injusticias sociales del mundo, la desigualdad y los contrastes, el acceso a las oportunidades, las nuevas oportunidades del avance tecnológico, las barreras psicológicas y culturales que impiden el desarrollo de las personas, el optimismo cuando venís de abajo, las capacidades de las personas de trascender sus contextos, etc. Entré en ese mundo.

Estos últimos años, los más recientes, me interesé por temas que nunca pensé que algún día me iban a interesar, como la filosofía, la economía, la política y la historia porque eran las cosas que me aburrían en la escuela. 

Hoy me resultan fascinantes y siento que tengo un mundo para explorar en cada una de esas áreas.

Pero todos esos intereses no permanecieron como algo meramente intelectual sino que también animé a hacer, a llevar a la práctica estos intereses. Hice de todo: salí a vender recargas de matafuegos con mi auto como primer emprendimiento, empezamos una academia para emprendedores junto con un socio, también quise montar una escuela online de dibujo animé online, hice un canal de YouTube de dibujo, armé un podcast dónde entrevistaba gente con historias potentes, un newsletter, escribí charlas que di en algunos espacios, creé contenidos en mis redes (Instagram y Twitter principalmente), transmisiones en vivo, charlas vía zoom, videos cortos en Instagram, hilos de Twitter, también me sumé a un emprendimiento social que buscaba integrar a chicos de los barrios pobres de Buenos Aires, cosa que requirió de mi ir a dar talleres a esos barrios, después con otro grupo de personas creamos un proyecto llamado Humanos dónde generamos espacios virtuales para invitar a las personas a compartir sus historias y sus experiencias sin pedirles el cv, una experiencia maravillosa que me dejó muchos aprendizajes, y varias cosas más.

En ese camino fuí cambiando no solo de proyecto sino que también fui cambiando radicalmente mi forma de pensar. Desde qué representaba para mi el éxito personal, qué mensaje quería compartir, qué representaba para mi la felicidad, qué era lo qué valía la pena hacer en la vida, hasta algunos valores.

Y mientras transitaba este proceso yo tomé una decisión que fue muy importante para mí y que también considero que me trajo algunos problemas:

Compartir abiertamente lo que estaba haciendo con otras personas.

Y hacerlo desde un lugar muy auténtico, exponiendo mis dudas, mis miedos, mis aprendizajes, mis fracasos.

Compartí mis pensamientos, mis sueños, compartí algunas iniciativas y para mi sorpresa y emoción, muchos de ustedes me empezaron a seguir, y por algún motivo que todavía no entiendo muy bien algunos de ustedes aún lo hacen.

Mi curiosidad me hizo moverme y explorar cosas que sin dudas me permitieron tener enormes aprendizajes que de otra forma no hubiese tenido pero hacer esto tuvo un saldo “negativo” porque hizo que discontinuara muchos proyectos. Seguramente vos habrás sido testigo de algunos de esos giros, giros en lo discursivo, en el mensaje y en los formatos. Hacer esto abiertamente tuvo un costo visible:

Ser percibido como una persona dispersa que no se compromete con nada.

Eso siempre me generó un enorme sentimiento de culpa con el cuál me era muy difícil convivir. Empecé a pensar que había algo malo en mí y que justamente por esto nunca iba a lograr los objetivos que me proponía. Que había algo que me faltaba, que no lograba cambiar y que me saboteaba el camino. Empecé a pensar que no tenía lo que se necesitaba y que por eso mis sueños iban a quedar truncos.

Siempre miré a las personas que se dedican a lo que a mí gusta (al menos en el formato), a esos referentes que hacen y viven de eso que tanto los gratifica, y siempre me dió cierta envidia porque al contrario de ellos, yo sentía que dejaba de regar las plantas y por eso se me morían. Envidiaba esa capacidad.

El hecho de cambiar todo el tiempo de rumbo, estoy seguro de que a muchas personas las descolocó y  eso es algo que hasta el día de hoy me duele porque de cierta forma sentí que decepcioné a muchas personas que esperaban más de mí, por las expectativas que les había generado. La culpa me acompañó durante mucho tiempo, demasiado para mi gusto.

Y pensé que hasta que no lograra definiciones esa culpa me iba a seguir así que me forcé varias veces a converger, a bajar a tierra las cosas que venía investigando, lo intenté, pero como las cosas no salieron bien la culpa se multiplicó porque no solamente fracasaba sino que además, lo hacía en público.

¿Cuándo será el día en el que todo esto desemboque en algo? Pensaba.

Ya me estaba resignando hasta que finalmente llegó un hermoso día en el que toda esa culpa que me generaba mi curiosidad se fue para no volver:

Fue cuando leí la biografía de Leonardo Da Vinci escrita por Walter Isaacson.

Un libro precioso con el que me sentí muy identificado.

Da Vinci era un abandonador serial, de hecho la obra que conocemos es muy pobre al lado de lo que podría haber producido. En un capítulo cuenta el biógrafo que Da Vinci abandonó una obra muy importante para ponerse estudiar la composición anatómica de la lengua de los pájaros carpinteros. No se me ocurre mayor ejemplo de dispersión percibida que ese.

Eso fue hermoso porque por primera vez empecé a entender que quizás mi curiosidad que hasta ese momento veía como un punto muy en contra, quizás era en realidad la mayor de mis virtudes. Y fue un cambio radical en mi visión de la vida, de mi mismo y una gran inyección de autoestima.

Se que no soy el único, se que quizás vos tampoco tengas demasiado claro lo que querés hacer. Creo que a todos nos pasa algo con esto y es que en la medida en la que pasa el tiempo y las definiciones no llegan, empezamos a sentir presión: “Ya tengo 30 y todavía no se qué quiero en la vida” o lo que sea.

Creo que es algo que nos pasa a todos, con lo que convivimos silenciosamente y que cada minuto extra que pasa sin encontrar claridad es un poco más de peso que sumamos a nuestros hombros. La presión sube porque hay ojos mirando, la mayoría de las veces son familiares, amigos o compañeros de trabajo pero la presión está y la sentimos.

Yo entendí algunas cosas que quizás te ayuden si es que a vos te está pasando esto mismo, ojalá que lo hagan:

Las personas tenemos tiempos distintos

Tener las cosas poco claras es lo normal, lo que nos pasa a la mayoría. No es un motivo de vergüenza, es parte de ser humano. No existe una edad en la que tengamos que ser tal o cuál cosa. No cedamos a esta presión impuesta por otros pero también auto-impuesta por nosotros mismos. Tirala a la mierda, no sirve para nada.

Para ganar claridad hay que explorar

No vas a descubrir nada encerrado solo en tu habitación, tenés que salir a interactuar con el mundo y bancarte algunos raspones en las rodillas. Por eso es tan importante el punto anterior, porque es lo que no nos deja salir a probar cosas y ver qué nos rebota. Y por supuesto en este punto la herramienta fundamental que nos sirve como guía es seguir nuestra curiosidad. Si no tenés la más puta idea de qué hacer fijate cuáles son las cosas que por algún motivo te atraen (no importa si no sabés el por qué). Tenemos que volver a ser un poco como cuando éramos chicos cuando no nos hacíamos demasiados cuestionamientos.

La importancia de conocerse uno mismo

En definitiva creo que el problema no es que no sabemos qué hacer, creo que el problema es que no sabemos quiénes somos ni qué somos capaces de hacer. A medida que te animes a explorar, a probar, a equivocarte y le pierdas el miedo al fracaso el resultado natural de eso es que te vas a desarrollar y vas a empezar a entenderte a vos mismo. Tus motivaciones, tus anhelos, tus capacidades están ahí pero no las conocés porque todavía no las pusiste a prueba. Creo que es momento de abandonar los estigmas que nos imponen otros y salir a probar, el saldo va a ser positivo si entendés que estás en una etapa de aprendizaje.

Yo por mi parte me siento en una etapa donde de a poco empiezo a converger y en cierta forma soltar estas presiones siento que aceleraron ese proceso, pero esta vez no voy a ponerme plazos ni a generar falsas expectativas, solo voy a decir que todavía no me rendí (creo que no podría hacerlo ni aunque quisiera) y que por supuesto, ya estoy pensando en nuevos proyectos, proyectos potenciados por todos los aprendizajes que pude cosechar en este recorrido gracias a esta cualidad que nunca dejé ir, que es esta hermosa curiosidad que me acompaña desde niño.

Así que seguí del otro lado que vas a tener novedades mías pronto.

Ser curioso para mi es estar vivo. Lo que antes era un medio se volvió un fin en sí mismo. Hay un mundo ahí afuera esperando a ser explorado. No te lo pierdas.

En homenaje al niño curioso de José León Suarez que sigue viviendo en mí.

Artículo publicado originalmente en mi Newsletter: Distintos el 14 de mayo del 2021.


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