Querer ser inteligente te hace ser un boludo

Siempre quise ser una persona inteligente, me acuerdo que cuando era más pendejo tipo en mis 20 años me llamaban mucho la atención esas personas que eran capaces de hablar de historia, de economía, de política: Los inteligentes.

Pensaba: “¡Qué crack esta gente! ¡Me gustaría ser como ellos!”. Por eso que crecí con este ideal de “volverme más inteligente” algún día.

Después de muchos años, modestia aparte, creo que en cierto punto lo conseguí. Porque hoy tengo muchas más herramientas para comprender la realidad de las que tenía en ese momento y si me apurás un poco, creo que estoy un poquito arriba del promedio, si, decime negro agrandado si querés.

Pero nunca me imaginé que más adelante ese logro iba a tener un costo tan negativo. Que en realidad eso que tanto quería iba a ser el palo en la rueda que me iba a tirar a la mierda de la bici cada vez que quisiera pedalear.

Después de algunos logros que tuve me empecé a sentir estancado. ¡No caminaba ni para atrás, ni para adelante che!

Y después de pelear mucho con mis frustraciones, y con un poco de ayuda de terapia (si, hice terapia, ya soy más el estereotipo de porteño típico que el pibe de barrio que alguna vez fuí, pero bue…) supe que:

Me había convertido en alguien que sobre-racionalizaba las cosas. Y que eso era justamente lo que me estaba perjudicando. Me di cuenta de que la etapa en la que más estacado me sentí coincidió exactamente con la época en la que más inteligente me auto-percibí.

Era así, una de las cosas por las que más me interesé fue por la política. Compré libros, leí noticias y artículos, debatí con otra gente. Me gustaba mucho poder entender algo de todo ese mundo que hasta ese momento era algo ajeno para mí.

Claro, imaginate que por mi orígen en un barrio vulnerable eso hacía que los demás me percibieran como no solo como “más inteligente e informado”, sino con un punto de vista interesante sobretodo en temas sociales, y eso me gustaba, me gustaba mucho. Entonces me sumergía aún más en estos temas.

Pero cuando estás todo el tiempo consumiendo ese tipo de información, hay un efecto colateral: Es inevitable volverte pesimista, a menos claro, que tengas una piedra en lugar de corazón. Es lógico, porque todo el tiempo estás mirando lo peor que pasa en el mundo todo el tiempo.

Me di cuenta de que ese pesimismo me había estado impidiendo proyectarme hacia las nuevas cosas que quería hacer.

Y que por el contrario, las épocas donde simplemente seguí mi intuición sin pensarlo demasiado, sin darle bola a lo que pensaran los demás, sin importar que otros me vieran como un boludo optimista, sin entender demasiado el contexto, ni las probabilidades, fueron justamente las épocas donde pude hacer más cosas.

Creo que hay cierto grado de inconsciencia en aquellos que logran avanzar, porque si fueran conscientes de todas las variables que se juegan en el proceso de alcanzar algo, nunca se animarían ni siquiera a intentarlo.

En la NASA, tienen colgado un cartel de unas abejas donde que dice: 

“Aerodinámicamente el cuerpo de una abeja no está hecho para volar; lo bueno es que la abeja no lo sabe”.

Cuando tenés herramientas para comprender la realidad, eso te hace entenderla mejor, describirla con mucha más fidelidad. Te volvés muy bueno para sacar fotos en alta resolución.

En cambio, cuando lográs proyectarte por encima de lo que para la mayoría de las personas representa la realidad, te volvés como un artista que puede pintar sobre un lienzo lo que todavía no existe pero está en su imaginación. Podés transformar la realidad.

Es por eso que uno de mis objetivos para este año es dejar de ser tan racional, y empezar a seguir un poco más mi intuición, darle bola a lo que siento, a lo que me late, así como lo hice en el pasado y tanto me funcionó.

Creo que eso, de cierta manera, también es una forma de inteligencia.


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