La persona que más admiro en el mundo: Mi vieja

Nací en un barrio muy humilde en el conurbano bonaerense. Calles de tierra, sin asfalto, sin agua potable, lo habitual en ese tipo de barrios y más aún en esa época (eran los años 80).

Hijo de Pedro y Stella, mi viejo en ese entonces trabajaba de limpieza en un hospital público y mi vieja trabajaba como empleada doméstica en casas de familia en capital federal. Ninguno de los dos había terminado el colegio porque habían tenido que salir a trabajar desde muy chicos.

Vivíamos en un lugar muy chiquito, en dos piecitas al fondo de la casa de mi abuela, que fue en lugar que nos cedieron para empezar nuestra familia a mi mamá, a mi papá, a mi hermano y a mí.

Eramos una de tantas historias dentro de nuestros barrios populares, una historia de lucha, de esfuerzo, de sobrevivir todos los días, y de salir adelante de la forma en la que se podía. Éramos pobres.

Pero en esa época y por razones que hasta el día de hoy no comprendo muy bien, a mi viejo se le metió una idea en la cabeza que iba a cambiar el rumbo de nuestra familia para siempre.

Mi viejo tenía algo especial, una especie de cabeza distinta, que le permitió hacer algo que fue notable, porque nadie lo estaba haciendo: Él se animó a cuestionar el lugar hacia donde estaba yendo.

Cuando vos nacés en pobreza, levantás la cabeza y más o menos te das cuenta a donde te está llevando la corriente. La movilidad social no es la regla, es la excepción, entonces alguien que nace en pobreza tiene enormes chances de repetir ese mismo patrón. Por alguna razón él pudo ver esto.

Y cuando lo pudo ver también pudo ver que allá adelante de todo, el destino para mi hermano y para mí era seguir viviendo en ese barrio, (con las cosas negativas más allá de las positivas) repitiendo la historia de lucha y sacrificio de varias generaciones anteriores.

Fue cuando decidió que iba a hacer algo para cambiar ese destino para nosotros, para mi hermano y para mí. Y el entendió desde su lógica que lo primero que tenía que hacer para lograrlo era alcanzar el hito de mudarnos afuera del barrio.

Una idea que parece hasta obvia desde acá, pero que en ese momento generaba muchas dudas, y muchos miedos porque si lo hacíamos, si lográbamos dejar el barrio, íbamos a ser los únicos de mi familia en hacerlo. Nos íbamos a alejar de estímulos que no estaban buenos para el desarrollo de un chico pero también nos íbamos a desprender del tejido social que nos daba contención. Nos íbamos a quedar solos.

Por supuesto yo no fui consciente de todo eso que estaba pasando a mi alrededor porque era muy chico. Yo simplemente vi que, de repente, pasamos de vivir en dos piecitas al fondo de la casa de mi abuela, a vivir en una casa más grande con patio (dentro del barrio) y que después pasamos a vivir en una casa que estaba más lejos.

A esa edad no te hacés muchas preguntas, la mayoría de las cosas que aprendí de esta historia las aprendí de grande mirando hacia atrás. A mí lo único que me preocupaba en ese momento era estar seguro de que iba a tener un lugar para jugar a la pelota con mi hermano hasta que se hiciera de noche.

Lo que le estaba pasando a mi familia en ese momento era que estábamos logrando lo que se conoce técnicamente como movilidad social ascendente.

Era una época hermosa que yo la recuerdo como la «época ladrillos sapo».

Los ladrillos sapo son esos ladrillos grandes y anaranjados que hay en las obras, nosotros estábamos rodeados de ellos, los esquivábamos cuando pasábamos pateando la pelota, y claro, estábamos construyendo nuestra nueva casa que estaba a medio terminar. Era una época de rostros sonrientes, de visitas de familiares que nos felicitaban, un momento bueno que nos pasaba después de tanto pelearla.

Pero la vida tiene estas cosas que hasta parecen irónicas, porque en ese momento, en ese gran momento que atravesábamos como familia, cuando yo tenía 11 años, mi hermano del medio 7 y el más chico meses de vida…

Mi papá se enfermó y falleció a sus 38 años, dejando a mi mamá sola con 3 chicos, (uno de ellos bebé) y con una casa a medio terminar.

No lo supe en ese momento, pero justo ahí fue que se empezó a construir un pilar muy importante para mi vida futura:

La figura de mi vieja.

¿Qué se hace cuando la vida te pega un piñón como ese en la cara y lo hace justo cuando las cosas te empezaban a salir bien?

No lo se, yo creo que me hubiese desmoronado, pero no fue el caso de mi vieja.

Ella se sacudió el polvo, y lo primero que hizo fue volver a trabajar como doméstica, con el único objetivo de criar a las tres vidas que dependían de ella.

No me quiero imaginar el dolor de perder tan pronto a tu compañero, pero a pesar de todo eso que le estaba pasando, lo más increíble es que no tengo un solo puto recuerdo de mi mamá llorando, si tuvo esos momentos de debilidad lógicos, no se los permitió adelante de nosotros. Quizás sentía que no podía.

Pero después de años de esfuerzo, finalmente, ya con el diario del lunes, tengo que decir que mi vieja lo logró, la muy hija de puta lo logró.

Porque mal que mal mis hermanos y yo, todos fuimos al cole, todos conseguimos trabajo luego y todos nos convertimos en hombres de bien.

Bueno, yo más o menos jajaja. Pero la cosa no termina ahí.

Después de tantos años trabajando como doméstica, mi mamá decidió que quería un cambio, que hacer otra cosa, que su etapa de trabajar como limpieza había terminado, y había algo que siempre había querido hacer: Abrir su propio almacén de barrio.

Quizás te parezca un objetivo modesto pero no lo es para nada, porque mi vieja no sabía nada del tema y además, en la misma zona donde ella planificaba empezar su emprendimiento, ya se habían fundido varios almacenes antes. Por supuesto, eso no la detuvo de seguir su sueño.

Ese almacén hoy en día, hace ya casi 10 años, sigue funcionando, y le da trabajo a mi tía y a mi hermano también.

Peeero como mi vieja no se puede quedar quieta, más tarde cuando la cosa ya caminaba, decidió emprender un nuevo proyecto: Convertirse en revendedora de ollas Essen.

Yo se que acá muchos admiran a Elon Musk y a Steve Jobs, pero para mí mi vieja representa en carne propia lo que es el espíritu emprendedor, de seguir adelante, de no conformarse, de no darse por vencida.

Pero en el 2020, un año que fue difícil para todos, fue el año que la vida eligió para volver a hacer de las suyas.

Ese día me llaman diciéndome que mi mamá se había descompuesto, que la iban a internar por un pico muy grande de presión, que fuera urgente para estar con ella. Más adelante supimos que fue un ACV.

Pudo salir pero ese episodio dejó secuelas horribles en lo motriz y en sus capacidades mentales, necesitaba descansar mucho y tomar medicación, y cuando estaba en ese proceso… llegó la pandemia y tuvo que hacer gran parte de su recuperación sola, lejos de sus afectos.

Eso fue algo que nos tuvo muy alertas durante el periodo de aislamiento, porque el estrés y los nervios eran algo que tenía que evitar, yo tenía miedo de que la soledad le generara más problemas pero como yo seguía trabajando tenía terror de enfermarla. Fue muy difícil.

Así que después de meses de contacto por video llamadas, de a poco se fue recuperando, y finalmente se recuperó muchísimo más de lo que nos hubiésemos imaginado por su condición al salir de la internación. Cuando se pudo, nos volvimos a juntar de a poquito, luego llegaron las vacunas. Ya había pasado lo peor.

Los médicos le dijeron que la sacó barata, muchas personas quedan hemipléjicas, en silla de ruedas o no la cuentan, ella a pesar de que tiene algunas secuelas, el estado general es muy bueno.

Cuento esta historia (con su permiso) porque mi vieja hoy a pesar de estar mucho mejor, entre la secuelas que aún conserva de este episodio y lo difícil que está la venta en el almacén por la situación que atraviesa el país, hoy se encuentra sin ingresos.

Tiene la posibilidad de jubilarse, pero por los años que trabajó en negro como doméstica es que no le reconocen los años de aporte como para poder hacerlo, así que empieza un ida y vuelta de trámites con Anses y abogados previsionales, que no tiene fecha definida.

Pero mirá lo que es esta mujer que así y todo sigue pensando en cómo buscarle la vuelta a su situación y no quedarse con los brazos cruzados, mientras tantos de nosotros que lo tenemos todo más fácil nos vivimos quejando.

Así que hoy está liquidando su stock de ollas Essen con un muy buen descuento. Con estos ingresos podría comprarse sus medicamentos ella sola, poder tomarse remises, y por qué no, hacerse algún viajecito corto.

Es acá donde les pido ayuda: Si querés ayudar a mi vieja, y si estás pensando en comprar una olla Essen, que son buenísimas dicho sea de paso, avisame así te pongo en contacto con ella.

Más allá de comprarle una olla o no, mi vieja es de esas personas que vale la pena cruzarse al menos una vez en la vida, así que más allá de los productos que vende, les recomiendo muchísimo más a la persona. Es un amor de mujer.

Como hijo no solo quiero que ella se recupere en lo físico, sino que además pueda recuperarse desde el trabajo que es algo que siempre tuvo en su ADN y que creo que le puede aportar a su salud mental.

Me decidí a contar esta historia como una forma de homenaje mezclado con el deseo de poder ayudarla.


Esta historia fue publicada originalmente en mi cuenta de Twitter y consiguió muchas vistas y RTs.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *